«En una noche tan breve que dos hombres hubieran podido darse la mano, estando uno en el martes y el otro en el miércoles». Diccionario Jázaro, por Milorad Pavic
El descubrimiento de una anomalía desprendida del género humano
no fue el único incidente que removió la historia de la segunda
mitad del siglo. Un hecho más se produjo; de éste, sin embargo,
pocos tuvieron noticia. Cada uno de los involucrados fue una pieza de un inextricable
rompecabezas, con todo lo que implica ser un segmento de la realidad: conocimiento
de la propia forma y contenido, pero ignorancia sobre el acoplamiento y el paisaje
final. Miranda Macedonia era consciente de ello.
A pesar de que ella debía llegar a su trabajo ese día a la hora
acostumbrada, había salido con dos horas de anticipación. Se encaminó
hacia el centro de la ciudad desde su casa en las afueras, en el sector occidental,
pero tan pronto inició el viaje decidió desviar el rumbo para
entrar por el norte. Las nubes marrones, menos espesas que de costumbre, le
dieron la esperanza que la luz mortecina de ese día soleado le mejorara
el ánimo. Cuando viajaba en línea recta desde su casa en el Desierto
del Trigo tenía permanentemente sobre ella una nube marrón. Entonces,
los potentes faros de su automóvil se activaban, aunque no era necesario
porque el piloto automático no necesitaba luz para conducir, sino como
una atención al pasajero. Pero debajo de ella no veía el suelo,
ni encima el cielo. Sólo una mancha marrón herida por los haces
de luz en rotación.
La ciudad presentaba un aspecto sucio. El término había evolucionado
para conjugar en una sola palabra su carácter urbano y de porquería:
Suidad. En el terreno y en la cúpula de los edificios, cientos
de metros sobre él, la contaminación gaseosa era la misma; pero
más cerca del suelo las partículas se pegaban a la superficie
exterior de los edificios como a una costra marrón de constante crecimiento. |